Cualquiera tiene en su mano disfrutar de una buena conversación. No me refiero a un intercambio de palabras entre dos o más personas, porque eso podría tener muchos otros nombres. Hablo de un intercambio de ideas, de opiniones, manteniendo el foco en el tema, poniendo atención en los argumentos del otro, activando la curiosidad en lo que está por venir. Eligiendo bien las expresiones, la intención de lo que digo y escuchando, además, lo que no se dice. Incluso lo que hay detrás de unos segundos de silencio. Y dejar así que el tiempo y los temas fluyan, sin prisa, disfrutando de esos pensamientos más profundo que, de repente, al abrirles la puerta, entran y nos sorprenden. Y empieza ahí otro hilo del que tirar. Son momentos mágicos, que nos permiten conocernos mejor, conocer a los demás y descubrir verdaderos tesoros.

Sin embargo, con frecuencia, ese transcurso se rompe cuando una de las personas se empeña en imponer su punto de vista por encima de todo. Y, curiosamente, esto suele pasar con los que más confianza tenemos. Mientras que en las relaciones sociales nos distanciamos de las opiniones ajenas, en casa, cuando nos tocan nuestro territorio, es más fácil saltar al cuarto de vuelta. Muchas veces, en nuestro círculo más cercano, se acaba rápido la intención de escuchar y entender. Nada de acercar posiciones, el objetivo pasa a ser ganar, mantener el poder, imponer el criterio. A veces con las palabras y a veces con los gestos. Incluso con esos silencios que se utilizan para hacer daño al otro. Y lo peor es que sabemos bien donde dar, porque conocemos esos puntos débiles que todos tenemos. Y ahí vamos, a meter el dedo en la llaga, sin pensar en las consecuencias que esto va a tener en la otra persona, en mí y en nuestra relación.

En estas semanas de confinamiento, muchas familias se han visto ante un reto que no esperaban: convivir las veinticuatro horas solos, sin posibilidad de ocupar las horas del día con trabajo, estudios, actividades o vida social. Las paredes de un hogar, por grande que sea, no dan lugar a escapatoria, porque nos afecta la energía de cada persona que está dentro. Cada caso habrá tenido sus peculiaridades según las edades y circunstancias de los miembros de la familia. Analizando nuestra pequeña historia de estos días, tendremos un buen punto de partida para felicitarnos por lo que nos haya gustado y para poner remedio a las debilidades que hayamos detectado. Y lo mejor es empezar por mirarnos dentro, en lugar de pedir a demás que cambien, que suele ser la solución más rápida que encontramos. Preguntarnos si escuchamos para entender o para contestar, si queremos tener el control de todo lo que pasa o somos capaces de aceptar otra forma de hacer las cosas, si admitimos nuestros errores, si expresamos sin herir nuestras opiniones. Tomar conciencia de nuestro tono de voz, de la intención de nuestras miradas. Pararnos un poco, en definitiva y hacerle a los que más queremos el regalo de poder expresarse con libertad, porque van a contar con nuestro respeto. Busca momentos para conversaciones de calidad, al menos una vez al día, aunque sean unos minutos. Tu salud mental y la de los tuyos te lo agradecerá.

Elisa Martín Crespo

Periodista y Coach de Comunicación.